Septiembre ha sido lo más parecido a lo que debe ser subirse a una ola de 20 metros en la playa de Nazaret con una bandejita para cortar queso.
Imaginad la caída.
No ha sido agradable. Es más, he inventado una nueva palabra que describe este fenómeno: Sucumbición. Morición también me vale, pero ya se la había inventado alguien con más gracia que yo.
Cuando era pequeña, septiembre era de mis meses favoritos. Vuelta a las amigas de siempre, carpetas con el guapazo de turno, agenda nueva, estuche, subrayadores a estrenar y metros de Aironfix para forrar libros sin que quedase ni una burbujita. Me pincha la nostalgia.
Luego una tiene obligaciones laborales y la cosa se oscurece, y cuando ya aparecen hijos, la cosa se pone negra. MUY NEGRA. Mothers will relate.
Después de una merecida desconexión, llega el maldito septiembre. De golpe y sin tirita. A piñón. Para todos menos para las profesoras, porque ellas tienen una cosa bastante apete llamada periodo de adaptación. De 9 a 12 AM, he oído que incluso de 10 a 11 AM, una auténtica gozada oigan.
Adaptación es lo que necesito yo. Porque además de los 200 emails sin leer en el correo de empresa, hay que comprar uniformes, marcar hasta los calcetines, leerse las 250 circulares, averiguar a cuántas extraescolares vas a tener que apuntar al pobre niño, calcular cuántos órganos vas a tener que vender en el mercado negro y revisar que no te hayas perdido nada en el chat de padres (algunos de ellos de un entusiasmo envidiable) que en mi caso, se duplican de año en año porque nadie se atreve a salirse del anterior.
Durante unos 50 días, porque septiembre tiene como 85, te encuentras revolcada en esa ola gigante. Intentas salir pero es complicado cuando tienes que hacer malabares para recoger al rorro antes de las 12, conectarte a las reuniones de Teams, procurar que los libros, uniformes y demás gadgets new age que ahora se requieren, estén completos desde 37 proveedores, volver a los menús saludables y además, acordarte de respirar.
Pero por fin va llegando la calma, los horarios vuelven a su ser, los niños se recuperan del asilvestramiento veraniego, después de 870 días atisbamos octubre y a mi me ha vuelto el ramalazo de la vena escritora.
Probablemente nos volvamos a ver en dos semanas, a tiempo para los moquetes y viruses varios de la vuelta.
Un beso,
Juana.